domingo, 14 de octubre de 2012

El principal antagonismo argentino


En estos días escuché por televisión a un referente Kirchnerista y uno de los máximos exponentes de la extrema derecha de nuestro país, Luis D'Elía, explicar las razones de su odio. Citando su librito de catecismo de la infancia que le enseñaba “odiar al pecado”, y aplicando una concepción marxista al análisis de las relaciones sociales de nuestro país, creyó encontrar argumentos terrenales para justificar su odio y resentimiento.

Desde su punto de vista, el diálogo y la integración democrática entre los distintos sectores de nuestra sociedad resulta inviable, por cuanto la oligarquía (el pecado) oprime sin remedio a las clases populares y trabajadoras, con el fin de conservar el status quo. De esta forma, se produce una relación antagónica de clases, en donde anida el odio y la lucha violenta como única forma de interacción social.

Tanto D'Elía como muchos Kirchneristas, se asumen enfrentados a la clase oligárquica, y de esta forma, revestidos por una mística revolucionaria, encuentran justificativos para sus excesos, sus privilegios, sus corruptelas y su accionar anti Republicano.

El problema de estos “revolucionarios” con una concepción añeja y retrograda del mundo, es que al estar movidos únicamente por el odio y el resentimiento, terminan convirtiéndose en lo mismo que pretenden destruir. La verdad, es que en el fondo, son iguales.

El proceso “revolucionario” que lleva adelante el Kirchnerismo, que consiste en cambiar una oligarquía por otra, puede entenderse estudiando historia (ver el caso de la URSS ), o leyendo una excelente y didáctica novela satírica de George Orwell: “La rebelión en la granja.”

Ahora bien, a pesar de esto, la concepción marxista de “totalidad social” no dejar de ser una herramienta didáctica muy útil para comprender los desencuentros y enfrentamientos argentinos. Recordemos que para Marx, la estructura de toda sociedad está constituida por una infraestructura o base económica que determina y condiciona a la superestructura, que comprende al Estado, el derecho y la ideológica. Es decir, si las relaciones de producción son capitalistas, el Estado, el derecho y la ideología dominante serán funcionales a dicho orden social basado en la propiedad privada.

Lo interesante a rescatar de esto es el hecho de que las relaciones sociales de base determinan al Estado, el derecho y la ideología y que dependiendo de cómo sean esas relaciones serán los antagonismos de clase. Si esto es así, podemos preguntarnos: ¿Qué clase de antagonismo impera en la argentina actual?

Claramente diremos que no es un antagonismo al estilo Proletariado-Burguesía, por dos razones: en primer lugar, porque gracias a las advertencias de Marx, muchas condiciones inaceptables para los trabajadores típicas del siglo XIX han sido superadas y contempladas en la legislación. Pero además, por otra poderosa razón: muchos “lideres” proletarios de los trabajadores argentinos, como es el caso de la corporación sindicalista, los jerarcas del PJ, sus socios, y tantos otros, forman parte, en verdad, de la oligarquía corrupta de nuestro país. Por lo tanto, al no estar en claro desde la tradicional óptica marxista quien pertenece a un grupo y quien al otro, se torna inútil dicho enfoque.

Ahora bien, si analizamos las relaciones político-económicas en la Argentina observaremos que comparten un elemento: los altísimos y crecientes niveles de corrupción. Esto tiene como consecuencia la imposibilidad de caracterizar a los diferentes grupos sociales según los abordajes tradicionales: Oficialismo-Oposición, Empresarios-Sindicatos, Demócratas-Autoritarios, Representantes-Borocotos, Referente-PunteroPJ, etc. Al estar esparcido el virus de la corrupción en todos los sectores, desaparece la confianza intra-grupo, tornando las caracterizaciones antagónicas dudosas e inestables. Sin embargo, afirmaremos que esto sucede para todas las relaciones, excepto para una: aquella que enfrenta a los corruptos con los decentes.

Se desprende, entonces, que la infraestructura de la sociedad argentina no esta condicionada por relaciones de producción, sino más bien, por relaciones de corrupción. Estas determinan a la superestructura que hoy se compone de un Estado injusto e ineficiente, una Justicia dependiente,y una ideológica dominante, sintetizada en el famoso “roban pero hacen”.

Para finalizar, retomando a D'Elía, diremos que el “pecado argentino” es la corrupción y el evangelio nuestra Constitución Nacional. El verdadero revolucionario argentino será aquel que busque abolir la corrupción de todas las relaciones sociales, respetando el marco constitucional. De esta forma, al desterrar el antagonismo argentino corruptos-decentes, a favor de estos últimos, se sentarán las bases de un gran país, basado en el diálogo, el respeto y la esencial confianza mutua, aún en las necesarias diferencias.