martes, 20 de julio de 2010

Gracias Señor Curandero por curar a mi papá

Cuando hace unos años mi padre me comento que el médico le recomendó que recurra a un curandero para curarse de una infección que le atravesaba el pecho en forma creciente, quede sorprendido frente a esta recomendación. Lo cierto es que mi padre, a quien tampoco le agradaba la idea y tuvo que digerirla de a poco, la sugerencia le resolvió el problema de salud. Problema que no pudo resolver la Ciencia y si el arte de la curandería.

¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Es que a contrario de lo que comúnmente se cree, la ciencia tiene sus límites? ¿Límites que muy bien pueden ser superados o complementados con otras tradiciones o ideologías?

Todas estas preguntas y muchas más, tienen sus respuestas en un libro del filósofo de la ciencia Paul Feyerabend, denominado “La ciencia en una sociedad libre (1978)”. Las implicancias del tema son tantas y tan importantes que el autor llega a la conclusión, entre otras cosas, de que el actual predominio de la ciencia es una amenaza para la democracia.
Veamos por qué.
Para Feyerabend el lugar que ocupaba en Occidente la religión hasta el siglo XVIII fue ocupado por la Ciencia. Anteriormente, Estado e Iglesia eran inseparables. Hoy, si bien esto no sucede, la opresión a nuestras mentes viene dada por una estrecha asociación entre Estado y Ciencia. Según el autor, el poder ejercido por la Ciencia en cada etapa de nuestras vidas, supera al poder ejercido por la Iglesia de aquellos años. Por ejemplo, mientras hoy los padres de un niño tienen la libertad de instruir a su hijo en la religión que les guste, no tienen esa misma libertad en el caso de la ciencia. La matemática, la física, la historia DEBEN aprenderse y no pueden ser reemplazadas por la magia, la curandería, la astrología u otras leyendas o ideologías.

Pero ¿La ciencia no ha demostrado ser superior a la religión, la magia, el mito, etc?

En su desarrollo, Fayerabend da bastos ejemplos en donde deja en evidencia que los racionalistas y científicos no pueden defender racionalmente (científicamente) la posición exclusiva de su ideología preferida. Considera falso que las decisiones más importantes en manos de los expertos vayan a aumentar el porcentaje de éxitos en las decisiones. Según este autor, la opinión de los expertos es a menudo interesada y poco fiable. Los expertos llegan frecuentemente a resultados distintos. Hay campos en donde los científicos están de acuerdo, pero no bastan para despertar nuestra confianza. La unanimidad es muchas veces el resultado de una decisión política e interesada. Los disidentes son eliminados o guardan silencio para preservar su reputación y la reputación de la ciencia como fuente de conocimiento fidedigno y casi infalible. Incluso, la unanimidad puede reflejar una disminución de la conciencia crítica: la crítica será débil mientras se tome en consideración un solo punto de vista. Menciona también, que muchas veces ignorantes o diletantes hicieron que la ciencia progresara. Y da varios ejemplos, entre ellos el de Einstein, quien revolucionó el campo de la ciencia sin ser un científico “tradicional” o el de Galileo, quien utilizo la propaganda y otras artes no científicas para fundamentar y convencer a sus pares de sus descubrimientos.
Pero, aún teniendo en cuenta esto último ¿la ciencia NO es preferible por sus resultados?
Frente a esta pregunta, el autor nos dice: “aún en el caso de una competencia leal suele haber una ideología que cosecha éxitos y supera a sus adversarios. Esto no significa que sus adversarios derrotados carezcan de meritos ni que hayan dejado de ser capaces de hacer alguna aportación a nuestro conocimiento; significa que por el momento se han quedado sin aliento. Pueden volver y derrotar a quienes los vencieron”. Y da varios ejemplos, entre ellos, explica como la filosofía atomista o la idea del movimiento de la tierra, que fuera tildada por Tolomeo como una opinión “increíblemente ridícula”, fue re-establecida posteriormente por Copérnico.

¿Pero que sucedería si dejamos competir libremente a la ciencia racionalista con el resto de las tradiciones?

El filósofo nos da un ejemplo muy interesante. ¡Presten atención cuando se refiere al papel de las instituciones de una democracia!
…basta con echar un vistazo a la historia de la medicina tradicional china: China escapo hasta el siglo XIX del dominio intelectual de occidente. A comienzos del siglo XX una nueva generación, cansada de las viejas tradiciones importo la ciencia occidental. La ciencia no tardó en dejar de lado todos los elementos no tradicionales. (Acupuntura, medicina herbaria, etc) fueron ridiculizadas. Se considero a la medicina occidental como el único procedimiento sensato, actitud que persistió hasta 1954 aprox. Entonces el partido, advirtiendo la necesidad de una supervisión política de los científicos, ordeno la vuelta de la medicina tradicional a los hospitales y las universidades. Esta orden restauró la libre competencia entre la ciencia y la medicina tradicional. Se descubrió entonces que esta última tenia métodos de diagnostico y terapia superiores a los de la medicina científica occidental. La lección: es que las ideologías, prácticas, teorías y tradiciones no científicas pueden convertirse en poderosos rivales de la ciencia y revelar las principales deficiencias de ésta si se les da la posibilidad de entablar una competencia leal. Darles esta oportunidad es tarea de las instituciones en una sociedad libre
Y nos deja una enseñanza:
La lección a extraer de este esbozo histórico es que el revés ocasional que puede sufrir una ideología no ha de tomarse como una razón para eliminarla. Sin embargo esto fue lo que sucedió a las viejas formas de ciencia y a los puntos de vista no científicos tras la revolución científica: fueron eliminados primero de la propia ciencia y luego de la sociedad. Entonces la ciencia es la única soberana porque algunos éxitos del pasado han dado lugar a medidas institucionales (educación, papel de los expertos, etc) que impiden un posible restablecimiento de sus rivales

Pero el autor va, incluso, más allá y analiza la cuestión aún cuando esto pudiera ser de otra manera, es decir, aún cuando efectivamente pudiéramos comprobar que la ciencia es superior al resto de las tradiciones, el mismo autor se pregunta:

¿Se sigue de ello que, en democracia, le ideología debe ser impuesta a todo el mundo? ¿No parece más bien que hay que conceder a las diferentes tradiciones que dan sentido a la vida de las personas iguales derechos e igual acceso a los principales puestos de la sociedad con independencia de lo que las demás tradiciones pienses de ellas?

Para Paul “Una democracia es un colectivo de personas maduras y no un rebaño de ovejas guiadas por una pequeña camarilla de sabelotodos
¿Que les parece? Convengamos que en nuestro país, a pesar de los enormes y reiterados fracasos, seguimos esperando que los “sabelotodos” resuelvan nuestros problemas :)
Pero no se queda ahí en su incursión por las ciencias políticas, dice “En una democracia un ciudadano tiene derecho a leer, escribir y hacer propaganda de cuanto despierte su fantasía. Si se enferma, tiene derecho a ser tratado de acuerdo a sus deseos, bien por médicos científicos, bien por curanderos (si es que se cree en el arte de la curandería). Este derecho se concede por dos motivos: a) todo el mundo debe poder buscar lo que crea que es la verdad o forma correcta de actuar b) porque el único modo de llegar a formase una opinión útil de lo que se supone que es la verdad o la forma correcta es familiarizarse con el mayor número posible de alternativas

¿Hace falta aclarar o agregar algo más? Creo que no, pero de todas maneras intentaré hacerlo…En una democracia, todos somos ciudadanos por igual. Ser ciudadano implica ser adulto, pero adulto no en el sentido racionalista tradicional, esto es el robotito que fue programado desde el jardín de infantes para decir Si porque Si y No porque No. Sino más bien, adulto porque solo cada uno de nosotros sabe lo que es mejor para nuestras vidas y además, porque somos nosotros los responsables de nuestras decisiones. Los demás podrán aconsejarnos y tratar de persuadirnos, pero deberán respetar nuestras decisiones y el derecho que tenemos sobre las mismas siempre y cuando no afectemos a terceros. Esto es así, sencillamente porque nadie es dueño de la verdad y tiene derecho a imponer su pensamiento a un tercero adulto. Pero entonces, sugiere el autor que la mejor forma de potenciar y ejercer este derecho distintivo de la democracia es desarrollarnos en un ámbito de absoluta libertad que nos permita entrar en contacto con la mayor cantidad de tradiciones e ideologías diferentes. Entonces, mientras más rica sea nuestra experiencia e intercambio cultural, mayores serán nuestras capacidades para discernir entre las diferentes opciones y poder elegir el camino que mejor nos parezca en la búsqueda de nuestra felicidad.
Por último, frente a la acusación de que su postura puede ser tildada de relativista, el autor se “defiende” de la siguiente forma: “Muchos intelectuales le temen (se refiere al relativismo), porque amenaza su posición en la sociedad. El gran público, explotado por los intelectuales asocia el relativismo con decadencia cultural
Y da una clara definición de lo que es ser relativista: “Consiste en darse cuenta que nuestro punto de vista más querido puede convertirse en uno más de las múltiples formas de organizar la vida. Importantes para quienes están educados en la tradición correspondiente, pero completamente desprovisto de interés para quien no. Sugiere tolerancia hacia todas las tradiciones, pero tolerancia no como un gesto humanitario a quienes están sumidos en la falsedad
Es decir, debemos abrir nuestros brazos al “diferente”, no porque seamos buenitos. Sino porque necesitamos de su aporte de la misma manera que el necesita del nuestro.
En resumen queridos amigos: Ser tolerantes, sabernos limitados, no creernos dueños de la verdad, apostar a la libre y limpia competencia, no imponer ninguna ideología ,respetar al que piensa diferente, tener siempre una mirada crítica, desconfiar del “sabelotodo”, tener la mente abierta, tener escuelas abiertas, no censurar ninguna opinión por mas ridícula que parezca, incentivar las iniciativas ciudadanas…en fin… ¿Será posible?.

1 comentario:

  1. muy buen articulo señor ingeniero Alvarez. De todas maneras, llama la atención teniendo en cuenta su formación.

    Agradecido. Juan Cabrales.

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