jueves, 23 de diciembre de 2010

La Navidad, un regalo que no hace distinciones


La foto la saqué a principios de esta semana, cuando pasaba por debajo de uno de los puentes de la autopista 25 de Mayo en la Capital Federal. Lo que parece ser una montaña de cosas apiladas, resultar ser, sencillamente, la casita donde viven al menos 5 niños menores de 10 años y dos adultos mayores. Admito que la cámara de mi celular no resulta ser muy buena, sin embargo, puede distinguirse en la foto un hermoso árbol de navidad. El mismo, prolijamente armado y lleno de adornos, tenía en su base 4 o 5 ositos que seguramente corresponderían a cada uno de los niñitos que pude distinguir a mi paso. Estaban “en patas”, sucios, desarreglados, flaquitos, pero aún así, mantenían en su cara esa sonrisa típica de esos años de inocencia absoluta.

Mientras caminaba, intentaba reflexionar sobre lo que veía. Pensaba muchas cosas, pero fundamentalmente me encontraba atraído por ese contrasté que significaba el bello y cuidado árbol de navidad y el patético e inaceptable espectáculo de pobreza que se levantaba alrededor. Al mismo tiempo y en un mismo espacio, veía representada la esperanza y la desesperanza juntas. Pensé que esos chiquitos tendrán su vida condicionada, muchísimo más que otros, que por azar, han nacido en hogares con mejores posibilidades. Pensé, entonces, en que muchas veces la vida se presenta injusta. Intenté, también, encontrarle sentido a ese arbolito de navidad, tan reluciente y lleno de esperanzas como cualquier otro. ¿Qué hizo que esa familia, sin "nada", tenga "todo" en ese árbol de Navidad?

La respuesta que encontré pasa por aceptar que hay dos navidades. Una, la artificial, la superficial, la insustancial, donde solo estamos preocupados en que comprar y en que regalar al otro. En ese tipo de Navidad, al llegar la medianoche, esos niños, al igual que muchos otros, no participarán. Para ellos, sencillamente, no existirá. En el otro tipo, en cambio, participarán plenamente. Me refiero a la verdadera Navidad, la profunda, la espiritual, aquella que da verdadero sentido a esa noche, donde Dios, hecho hombre, se nos regala a todos por igual. Es un regalo distinto, de otra dimensión, que llena todos los arbolitos, que no puede compararse con nada material, que no hace diferencias y solo busca corazones bien dispuestos. Corazones como el de esos chicos, que al menos por un segundo, a la medianoche, serán igual de felices que el resto de los niños.

Cuando ya me alejaba de la escena, mi lado racional se preguntó ¿No será solo una cuestión de FE? Mi respuesta racional fue: puede ser. De todas formas, poco importa. En definitiva ¿Cuántas cosas importantes en nuestras vidas son cuestiones de FE?

¡Feliz Navidad! ¡Si pueden, regalen mucho, pero al mismo tiempo, abran sus corazones!

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