martes, 23 de noviembre de 2010

Las dos razones posibles para explicar el índice de pobreza oficial: Mentira o Involución social.

Antes que nada, vale una aclaración: Los datos utilizados en este artículo son oficiales, sacados de la página del INDEC: http://www.indec.gov.ar/nuevaweb/cuadros/74/pob_tot_1sem10.pdf


Para el gobierno y sus estadísticas, un grupo familiar constituido por dos adultos y dos niños menores, deja de ser pobre si su ingreso mensual total supera los $ 1232. Con esta base, es que el gobierno anunció pomposamente a los argentinos que la pobreza en nuestro país, en el primer semestre del año, se redujo al 12 % de la población. Sin embargo, a poco de analizar la cifra oficial, podemos llegar a una realidad muy diferente a la que se empeñan en “vendernos” desde el gobierno central. Sucede que si dividimos ese ingreso por 30 días y luego lo volvemos a dividir por 4, nos da que cada una de las personas que integran el grupo familiar disponen de… ¡$ 10,26! para vivir por día. Es decir, para el gobierno, quien cuenta con un “belgrano” y una moneditas diarias, deja de ser pobre y asciende a la categoría social siguiente, es decir, comienza a pertenecer a la clase media argentina y por ende, no cuenta para el porcentaje oficial de pobres.


Hasta no hace mucho tiempo, la clase media argentina se caracterizaba por ser una población pujante, que accedía a servicios básicos de calidad como transporte, educación, salud. Gozaba, entre otras cosas, de vacaciones, trabajo digno, vestimenta adecuada y alimentos variados, entre los que se contaba frecuentemente el inigualable asado argentino. ¿Hace falta aclarar que con 10,26 pesos por día, salvo que se haga magia, es imposible acceder siquiera a una ínfima parte de lo expuesto? Entonces, ¿Qué motivos llevan al gobierno a “dibujar” alevosamente la cifra de pobres en argentina?


Por dar respuesta a este último interrogante, podemos plantear dos conclusiones más que razonables, ya que descartamos que en el actual INDEC, manejen las operaciones aritméticas básicas para sumar, restar, multiplicar y dividir.


La primera y más intuitiva es, sencillamente, aceptar que estamos frente a otra cifra mentirosa del gobierno. Lo mismo que ocurre con la inflación, pasa con el índice de pobreza y muchos otros tantos indicadores sociales. El gobierno, que subestima a la ciudadanía, está convencido de los réditos electorales que puede obtener utilizando aquella técnica inaugurada por el ministro de propaganda Nazi, Paul Joseph Goebbel, la cual suele simplificarse así: “Una mentira mil veces repetida....se transforma en verdad”


La otra conclusión, igual o más alarmante aún, es que los argentinos hayamos involucionado lo suficiente para disminuir dramáticamente nuestras pretensiones de ascenso social. Normalmente, resulta útil comparar nuestro nivel socioeconómico con los de otras sociedades, para poder tener alguna referencia sobre la cual acordar que cosa es para nosotros la clase social alta, media, pobre o indigente. Históricamente, y no sin razón, los argentinos nos comparábamos con las más pujantes potencias de Europa. Niveles de vida y ascenso social como los de Francia, España e Italia, entre otras naciones, eran nuestros objetivos a alcanzar. Actualmente, por lo visto, hemos claudicado en esa justa pretensión, ya que compararnos con el nivel y calidad de vida de dichos países resulta insostenible a la luz de las cifras que brinda el INDEC. Nuestro nivel socioeconómico, donde gran parte de nuestra clase media apenas puede alimentarse dignamente (y ni que hablar de lo pobres o indigentes), nos iguala con parámetros propios de aquellas naciones sufridas y subdesarroladas del globo.


Sin embargo, hay una gran diferencia que no debe escapar a nuestro análisis y autocritica: en nuestro caso, la principal responsabilidad por nuestro deterioro e involución social es nuestra sistemática opción por el populismo y la división entre hermanos, en lugar de apostar a la concordia social y al respeto irrestricto de nuestra Constitución Nacional. No debemos ir muy lejos para encontrar ejemplos de las bondades de este último camino. Basta con mirar el desarrollo (no solo crecimiento económico) de las hoy pujantes naciones hermanas: Chile, Brasil o Uruguay.


Todavía estamos a tiempo, solo nos falta abrir los ojos y no claudicar.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Gracias Dra. Carrio. Firma: La República Argentina

La diputada “Lilita” Carrio, líder de la Coalición Cívica, dijo una gran verdad en la última sesión de diputados nacionales: “En la Argentina se compran voluntades a cambio del apoyo a ciertas leyes”. Esta inadmisible y lesiva práctica político-delictiva que atenta contra los pilares de la República, resulta ser una verdad desde hace muchos años y, hay que reconocerlo, excede al actual gobierno. Nuestra degradación institucional ya había sido insinuada hace mucho por el hoy admirado presidente brasileño Lula Da Silva, cuando dijo que su país no era una republiqueta, en obvia alusión comparativa con nuestro país.

Lo verdaderamente grave del tema es que los argentinos nos hayamos acostumbramos a este tipo de prácticas espurias y aceptemos mansamente la degradación republicana que esto significa. La teoría del “roban pero hacen”, caló hondo en nuestra sociedad. Esa forma de encarar la política, típica del peronismo en acción, con la que se sienten cómodos muchos ciudadanos y partidos políticos, entre ellos el radicalismo, es la principal responsable de que un país rico como el nuestro pertenezca al grupo de países subdesarrollados.

Lilita Carrio carga con la cruz de aquellos ciudadanos que se sienten llamados a defender la república en un país de autoritarios caudillos y de habitantes prestos a las soluciones mágicas, donde la imposición y la “viveza criolla” es valorada y otorga más réditos y beneficios que el apego a las normas, al trabajo y la búsqueda de consenso y construcción democrática. Por este motivo, es que la mayoría de la población se identifica y siente cómoda escuchando y votando a los “Anibal Fernandez” en lugar de optar por los “Carrio”. Ocurre que enfrentarse a la verdad nunca es fácil, porque la verdad no puede moldearse. Requiere de nosotros la obligación de aceptarla y actuar responsablemente frente a ella. En cambio, la mentira, es mucho más dócil y efectiva para acomodarse a nuestros deseos y nos permite evadirnos, aunque sea momentáneamente, de nuestra responsabilidad. Desde luego, más temprano que tarde, se sienten y deben pagarse gravosamente las consecuencias de dicha actitud, pero mientras tanto sirve para “zafar”. En ese sentido es que aún somos una democracia adolescente, de habitantes y no de ciudadanos, lejos de la adultez que han alcanzado países hermanos como Chile, Brasil o Uruguay. Seguimos optando, tosca e irresponsablemente, por el placer momentáneo que nos da la droga populista.

Un claro ejemplo de esto es que solamente en un país drogado por el populismo que hizo opción por la mentira y no por la verdad, se tolere mansamente a un organismo estatal como el INDEC que nos dice que la inflación del año es del 8%, cuando yendo a cualquier almacén de la esquina comprobamos lo absurdo y mentiroso de la cifra. “Mentime que me gusta”, parecería ser una buena síntesis del argentino medio. Nuestros representantes, a quienes les pagamos el sueldo y varios años de holgada vida, nos mienten en la cara, lo sabemos y podemos comprobarlo en un minuto, sin embargo, todo sigue igual, fundamentalmente dentro de nosotros. Por eso, al próximo turno electoral, votaremos a quien mejor nos miente y no a quien tiene los mejores pergaminos en lo que se refiere a prácticas políticas republicanas.

No podemos saber si la Dra. Carrio podrá ser algún día un buen gobernante. Sin embargo, la pelea que encabeza es de vital importancia para el progreso de nuestra nación. Es una pelea dura, de largo aliento, no apta para espíritus sumisos o “borocoteados”. Ella debe soportar todo tipo de agravios y descalificaciones, solo por decir la verdad. La tildan de “loca” por defender la república, en un país donde lo normal es acomodar la Constitución Nacional a los intereses o conveniencias ocasionales del gobernante de turno. La tildan de inexperta en las artes de gobernar, como si los que han gobernado en los últimos 80 años pudieran exhibir buenos resultados de gestión, en un país rico, con el 30% de pobres. Pero la lucha más dura, la más compleja que se le presenta, es lograr vencer esa resistencia cultural que embarga a la población argentina que cree y apuesta sistemáticamente a la mentira en lugar de la verdad, a los caudillos en lugar de la Constitución Nacional, a las soluciones mágicas en lugar del esfuerzo y el trabajo.

Por último, un ejercicio mental: ¿Cómo sería el Congreso de la Nación sin la Dra. Carrio y muchos otros que no “transan”? ¿Cómo hubiera sido la sesión de esta semana sin sus verdades y valentía? Sencillamente se hubiera votado un presupuesto infame, varios “patriotas” (diputados y gobernadores) hubieran cobrado su renta por los servicios prestados y la república hubiese retrocedido un paso más, alejando a nuestro país del camino de progreso que han emprendido y alcanzado las repúblicas más avanzadas del planeta.

Es por este hecho, poco común en medio de nuestra decadencia moral, que hoy la República Argentina puede decir, orgullosa y esperanzada: Gracias Diputada Elisa Carrio

jueves, 11 de noviembre de 2010

Recuperar la felicidad del niño que fuimos

Salvo alguna experiencia altamente traumática, generalmente solemos recordar nuestra niñez como una etapa de extrema felicidad. Sin embargo, a medida que vamos “madurando” nos alejamos de ese estado de bienestar y nos convertirnos en seres no tan felices, e incluso, en muchos casos, más infelices que felices. Pero, ¿cuáles son las razones para que nos pase esto?

Sin duda somos la misma persona, nuestra esencia, nuestra humanidad, es la misma. También, estamos insertos en un mundo donde las cosas, más o menos, se mantienen igual a la de aquellos años felices. Comemos, reímos, lloramos, dormimos, jugamos, bailamos, peleamos, despedimos a seres queridos, recibimos a otros nuevos, etc. Pero entonces, ¿Qué cambio? Alguien podrá decirme: “bueno, los chicos no tienen problemas”. Pero eso no es cierto. Los chicos también tienen sus problemas: se enferman, se pelean, pasan frio, hambre, ganan, pierden, tienen objetivos (aunque sea un juguete), se frustran, se lastiman, etc. Por otro lado, tampoco resulta válida la afirmación y generalización de que los problemas de los adultos son más graves que los de los chicos. Todos son problemas y la gravedad de los mismos resulta ser una apreciación subjetiva del individuo que se enfrenta al mismo. Es por eso que frente a un mismo problema, podemos encontrarnos con personas que ni se inmutan y otras que se suicidan. La clave está en la forma de encararlos y es en ese plano en donde los chicos son nuestros maestros. Precisamente, unos de los rasgos que vamos perdiendo a medida que “crecemos” es esa seguridad típica de los niños frente a los problemas o dificultades. Ellos son seguros, transparentes, no se reprimen, tienen sus propias reglas. Si tienen ganas de reírse, ríen, si tienen ganas de llorar, lloran, si les gusta algo, lo piden, si no les gusta, lo rechazan y así sucesivamente. No están pensando y calculando constantemente si queda bien o queda mal, o si está bien o está mal. Sencillamente lo hacen y así son felices, ya que ni siquiera el llanto en ellos puede tomarse como señal de tristeza, sino más bien como una manera diferente de expresar sus sentimientos. Creo que Nietzsche, en cierta forma, apuntaba en ese sentido. El veía en los niños a ese “superhombre” al que debían evolucionar los individuos adultos: seguros de sí mismos, con su propia moral, sus propios principios. Es cierto que nos resulta dificultoso concebir una adultez sin el menor apego a ciertas normas de conducta y ajena a toda responsabilidad. Pero no estamos hablando de eso. Como adultos, al igual que los chicos, elegimos libremente nuestro camino en la vida, el cual, sin dudas, estará plagado de dificultades y desafíos. Sin embargo, es nuestra actitud frente a estas cuestiones lo que nos separa de una vida feliz de otra que no lo es tanto. En lugar de de amedrentarnos o avergonzarnos frente a los problemas, recuperemos al chico que tenemos dentro y enfrentémoslos con la misma seguridad con que lo hacíamos en nuestra infancia.

La vida es una sola, y muy corta, y aún cuando muchos de nosotros tengamos la firme esperanza de que continuara más allá de la muerte, eso no quita, de ninguna manera, que nuestro paso por la vida terrenal lo vivamos en total plenitud, como cuando éramos chicos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

¿A quién votar?

Discutiendo sobre política y las probables alternativas electorales para el próximo año, uno de los participantes más jóvenes me miró fijo y un poco desorientado y otro tanto preocupado me preguntó: ¿A quién voto, Mariano?

Claro, frente a esa pregunta que seguramente inquieta a mucha gente, podría haber optado por decirle “vota a fulanito/a que sin dudas es la mejor opción”. Sin embargo, esa respuesta no me hubiese dejado del todo conforme ya que dicha sentencia representaría la mejor opción para mí, lo que de ninguna manera implicaría, a priori, que sea la mejor para él. Más aún, hubiese significado inducirlo a votar por mi preferencia, desconociendo su condición de ciudadano y ser racional, capaz de ejercitar sus responsabilidades y poder llegar a sus propias conclusiones. Por lo tanto, mi respuesta debía limitarse a una sana orientación, un sano consejo que lo ayude a tomar la mejor decisión.

En la búsqueda de ese principio o regla práctica, fue cuando vino en mi auxilio la ayuda de Kant, quien hace ya un tiempo propuso un mandamiento autónomo y autosuficiente, no dependiente de ninguna religión ni ideología , capaz de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones. Lo llamó imperativo categórico y lo formuló así: "Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal." Entonces, por ejemplo, frente a la pregunta ¿Mentir está bien? diríamos claramente que no, ya que si todos mintiéramos el mundo sería inviable. Aplicando este imperativo, podríamos, a través de nuestra razón, distinguir claramente que normas de conductas son aceptables y cuáles no.

Solo faltaba, entonces, bajar ese imperativo al plano de la elección de representantes de gobierno. Para esto, debía tener en cuenta sus particularidades, aceptando, como propone Weber, de que para los hombres de Estado existe una ética de la responsabilidad y otra de las convicciones. Fue entonces cuando le trasmití a mi interlocutor el siguiente principio o regla práctica para la elección de candidatos: "Elige entre los diferentes postulantes, como si sus comportamientos y acciones más cuestionables fueran dirigidas en contra de tu propia persona". Veamos cómo funciona: ¿Elegirías a alguien que bloquea violentamente empresas? No, ya que si fuera tu empresa, no te gustaría. ¿Elegirías a un gobernante con antecedentes de robo? Desde luego que no, ya que no te gustaría que te roben. ¿Elegirías a un gobernante autoritario? Obvio que no, ya que no te gustaría perder tu libertad. ¿Elegirías a un gobernante racista? Tampoco, porque no te gustaría que te discriminen.

Queda claro que esta regla no resuelve todos los problemas. Pero al menos, nos da una pauta para la elección y estoy seguro que si hacemos el ejercicio de incorporarla a nuestro proceso de selección y comenzamos a aplicarla, elevaríamos la aptitud y atributos de nuestros representantes con las consiguientes mejoras en la administración de los destinos nacionales.