lunes, 3 de octubre de 2016

Cristina tiene razón: en su gobierno los pobres no reclamaban



Por Mariano Álvarez
(marianoalvar@yahoo.com.ar)


En medio de la polémica generada por la difusión de las cifras reales de indigencia (6,3%) y pobreza (32,2%) luego del ocultamiento llevado a cabo por el gobierno anterior, la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner mencionó que en su gobierno "no vio movilizaciones de pobres".
 
Ciertamente, es llamativa la baja intensidad del reclamo de los sectores populares en dichos años a pesar de que todo estudio serio sobre el tema alertaba sobre el crecimiento de la pobreza y marginalidad (recuerdo, por ejemplo, el relevamiento llevado a cabo por la ONG Techo en el año 2013 en donde quedó en evidencia el aumento de villas miserias y asentamientos en todo el país).
 
Entonces ¿Cristina tiene razón? Sí, pero por motivos totalmente distintos a los que dice y quiere hacernos creer. Para encontrar las verdaderas causas de la desmovilización en ese periodo es necesario comenzar preguntándose: ¿Por qué los pobres no reclamaban a pesar de ver degradas sus condiciones de vida? ¿Por qué gran parte de la clase política Argentina se hizo la distraída durante todos estos años? ¿Por qué muchas organizaciones sociales (K y no K) desactivaron o disminuyeron sus reclamos hacia el gobierno? La respuesta es una sola: gracias al clientelismo político. Un sistema que les conviene a todos, excepto a quienes son rehenes de la extorsión: los pobres. Un mecanismo de cooptación que no es nuevo pero que el Kirchnerismo perfeccionó hasta convertirlo en política de Estado. El resultado fue la consolidación de una cultura clientelar que atraviesa a toda la sociedad argentina. Y que llenó el país de mercaderes de la pobreza que incluye no sólo a políticos de distintos rangos y pertenencias, sino también a sindicalistas y dirigentes sociales.
 
Las consecuencias de esta deshumanización de la política son variadas. Toda la bibliografía sobre clientelismo político reconoce que el principal efecto que tiene sobre los pobres es disciplinarlos, desactivando potenciales reclamos y movilizaciones. Esto hizo el kirchnerismo y sus punteros (que no necesariamente eran del FPV) diseminados en todo el país.
 
Esta lógica explica, también, las reiteradas cadenas nacionales en donde Cristina Kirchner actuaba como una “gran puntera” política. ¿Ustedes creen que esas cadenas tenían por objetivo molestar a las señoras que miraban la novela? No! El objetivo era recordarles en forma inequívoca a “todos y todas” (en especial a los pobres) quién era la benefactora de la ayuda social. Quien era la "patrona", utilizando un término conocido en la literatura sobre clientelismo. El efecto y mecanismo que sigue es bien conocido por quienes transitamos los barrios marginales: los punteros, en forma articulada (diría casi instintiva) amenazaban en forma directa o indirecta (a través del rumor) a los beneficiarios de la ayuda social. Cualquier disidencia o resistencia a participar de marchas u otras actividades a favor de Cristina, gobernadores, intendentes o dirigentes sociales pertenecientes al proyecto "nacional y popular" llevaba consigo la advertencia y posibilidad de perder la vital asistencia estatal.
 
La cultura clientelar hace que cada peso de ayuda social vaya acompañado de la idea de intercambio político. La política pública pierde, entonces, su propósito igualador y se convierte en una herramienta de dominación que anula al ciudadano en estado de pobreza. Esta es una poderosa razón para explicar por qué a pesar de los cuantiosos recursos volcados a la ayuda social durante la "década ganada" seguimos teniendo escandalosos e inmorales niveles de pobreza estructural en nuestro país. El premio Nobel de Economía, Amartya Sen, diría que al condicionar la libertad política de los pobres, se les impide hacer oír su voz, privándolos de una herramienta indispensable para reclamar y ser escuchados por los gobernantes. Pero además, detrás del clientelismo, al menos en la forma obscena en que derivó en estos años, se esconde un impulso de dominación, de desprecio al otro, a la libertad del otro, al uso del otro. Esta violencia ejercida en forma sistemática sobre los más vulnerables acarrea consecuencias trágicas para su reinserción social, perpetuando la pobreza y la marginación.
 
“Pobreza Cero”, el horizonte trazado por el presidente Mauricio Macri, requerirá que los argentinos recuperemos el sentido de la solidaridad y el respeto a la dignidad humana, poniendo en el centro al ser humano y no al poder y los negocios. Cuando esto ocurra, los planes asistenciales dejaran de tener sentido. No porque lo diga un economista ortodoxo, incapaz de percibir en toda su dimensión la compleja realidad social argentina posterior al 2001. Sino porque la ayuda social sin condicionamientos permitirá a la gran masa de excluidos dar rienda suelta a su creatividad y potencial, lo que le permitirá incorporarse paulatinamente al mercado laboral y productivo argentino.