Por Mariano Álvarez
(marianoalvar@yahoo.com.ar)
En medio
de la polémica generada por la difusión de las cifras reales de indigencia
(6,3%) y pobreza (32,2%) luego del ocultamiento llevado a cabo por el gobierno
anterior, la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner mencionó que en su
gobierno "no vio movilizaciones de pobres".
Ciertamente,
es llamativa la baja intensidad del reclamo de los sectores populares en dichos
años a pesar de que todo estudio serio sobre el tema alertaba sobre el
crecimiento de la pobreza y marginalidad (recuerdo, por ejemplo, el
relevamiento llevado a cabo por la ONG Techo en el año 2013 en donde quedó en
evidencia el aumento de villas miserias y asentamientos en todo el país).
Entonces
¿Cristina tiene razón? Sí, pero por motivos totalmente distintos a los que dice
y quiere hacernos creer. Para encontrar las verdaderas causas de la
desmovilización en ese periodo es necesario comenzar preguntándose: ¿Por qué
los pobres no reclamaban a pesar de ver degradas sus condiciones de vida? ¿Por
qué gran parte de la clase política Argentina se hizo la distraída durante
todos estos años? ¿Por qué muchas organizaciones sociales (K y no K)
desactivaron o disminuyeron sus reclamos hacia el gobierno? La respuesta es una
sola: gracias al clientelismo político. Un sistema que les conviene a todos,
excepto a quienes son rehenes de la extorsión: los pobres. Un mecanismo de
cooptación que no es nuevo pero que el Kirchnerismo perfeccionó hasta
convertirlo en política de Estado. El resultado fue la consolidación de una
cultura clientelar que atraviesa a toda la sociedad argentina. Y que llenó el
país de mercaderes de la pobreza que incluye no sólo a políticos de distintos
rangos y pertenencias, sino también a sindicalistas y dirigentes sociales.
Las
consecuencias de esta deshumanización de la política son variadas. Toda la
bibliografía sobre clientelismo político reconoce que el principal efecto que
tiene sobre los pobres es disciplinarlos, desactivando potenciales reclamos y
movilizaciones. Esto hizo el kirchnerismo y sus punteros (que no necesariamente
eran del FPV) diseminados en todo el país.
Esta
lógica explica, también, las reiteradas cadenas nacionales en donde Cristina
Kirchner actuaba como una “gran puntera” política. ¿Ustedes creen que esas
cadenas tenían por objetivo molestar a las señoras que miraban la novela? No!
El objetivo era recordarles en forma inequívoca a “todos y todas” (en especial
a los pobres) quién era la benefactora de la ayuda social. Quien era la
"patrona", utilizando un término conocido en la literatura sobre
clientelismo. El efecto y mecanismo que sigue es bien conocido por quienes
transitamos los barrios marginales: los punteros, en forma articulada (diría
casi instintiva) amenazaban en forma directa o indirecta (a través del rumor) a
los beneficiarios de la ayuda social. Cualquier disidencia o resistencia a
participar de marchas u otras actividades a favor de Cristina, gobernadores,
intendentes o dirigentes sociales pertenecientes al proyecto "nacional y
popular" llevaba consigo la advertencia y posibilidad de perder la vital
asistencia estatal.
La
cultura clientelar hace que cada peso de ayuda social vaya acompañado de la
idea de intercambio político. La política pública pierde, entonces, su
propósito igualador y se convierte en una herramienta de dominación que anula
al ciudadano en estado de pobreza. Esta es una poderosa razón para explicar por
qué a pesar de los cuantiosos recursos volcados a la ayuda social durante la
"década ganada" seguimos teniendo escandalosos e inmorales niveles de
pobreza estructural en nuestro país. El premio Nobel de Economía, Amartya Sen,
diría que al condicionar la libertad política de los pobres, se les impide
hacer oír su voz, privándolos de una herramienta indispensable para reclamar y
ser escuchados por los gobernantes. Pero además, detrás del clientelismo, al
menos en la forma obscena en que derivó en estos años, se esconde un impulso de
dominación, de desprecio al otro, a la libertad del otro, al uso del otro. Esta
violencia ejercida en forma sistemática sobre los más vulnerables acarrea
consecuencias trágicas para su reinserción social, perpetuando la pobreza y la
marginación.
“Pobreza
Cero”, el horizonte trazado por el presidente Mauricio Macri, requerirá que los
argentinos recuperemos el sentido de la solidaridad y el respeto a la dignidad
humana, poniendo en el centro al ser humano y no al poder y los negocios.
Cuando esto ocurra, los planes asistenciales dejaran de tener sentido. No
porque lo diga un economista ortodoxo, incapaz de percibir en toda su dimensión
la compleja realidad social argentina posterior al 2001. Sino porque la ayuda
social sin condicionamientos permitirá a la gran masa de excluidos dar rienda
suelta a su creatividad y potencial, lo que le permitirá incorporarse
paulatinamente al mercado laboral y productivo argentino.