Por Mariano Álvarez*
Con
frecuencia nos alertamos frente a las noticias que dan cuenta del creciente
número de "ni-ni" (aquellos jóvenes de entre 15 y 24 años que ni
estudian ni trabajan y que en nuestro país son más de un millón). Sobre la
gravedad del asunto existe consenso en la sociedad. Sin embargo, en lo que
respecta a las causas y las formas de resolverlo hay divergencias; las cuales
explican el alto grado de desconcierto.
Mientras
tanto, como sociedad, transitamos un período de incertidumbre e impotencia;
esto nos lleva a abordar la cuestión con recetas obsoletas. Dos ejemplos:
confiamos en la importancia de generar mayor oferta de trabajo a través nuevas
inversiones; sin embargo, aunque esto ocurra, no tendríamos garantizado el
éxito, ya que el 70% de los "ni-ni" ni siquiera intenta insertarse en
el mercado laboral; desde el Estado se destinan, como nunca, enormes cantidades
de recursos económicos para implementar ingeniosos programas de capacitación y
empleo; sin embargo, el problema no sólo persiste, sino que muestra una
tendencia creciente que requiere de más y más planes.
El
desacople entre problemas y soluciones se explica por nuestra incapacidad para
asimilar el vertiginoso cambio de época que estamos viviendo; que involucra
cuestiones de índoles tecnológica y cultural. El sociólogo Zygmunt Bauman lo
explicó al señalar que nos encontramos en tránsito de una modernidad sólida a
una líquida. En la modernidad líquida, donde los jóvenes "ni-ni"
crecieron, el carácter del trabajo ha cambiado. En la era del "llame
ya", el esfuerzo presente que da sentido al trabajo de cara al futuro
pierde sentido para las nuevas generaciones.
Pasamos
de una sociedad de ciudadanos productores a una de individuos consumidores; en
donde la postergación de la gratificación que invita al esfuerzo ya no es signo
de virtud moral, sino generadora de una incertidumbre insoportable que puede
llevar a los individuos a la resignación y las peores decisiones.
En
septiembre pasado, Damián Oviedo, un joven de 20 años de Llavallol, fue
asesinado en un búnker narco. Poco antes, su madre le preguntó a través de las
redes sociales acerca de su paradero; la respuesta fue: "Laburando,
vendiendo droga para comprarme las zapas". ¿Qué sentido tiene ahorrar si
el objeto de mi deseo debe ser satisfecho hoy? ¿Quién puede garantizar que el
trabajo de hoy tenga su recompensa mañana? ¿Para qué estudiar si no tengo
garantías de conseguir un trabajo estable? Es posible que Damián, al igual que
otros jóvenes "ni-ni", se hagan estas y otras preguntas que en la
modernidad sólida carecían de sentido. Pero hoy, en un mundo inseguro y
cambiante que carece de marcos de referencia estables, dichos interrogantes
ocupan un lugar central en la vida de estos jóvenes; que se sienten solitarios
y ansiosos.
Sin
un mañana previsible y con un sistema de valores que se rige por la
satisfacción compulsiva e inmediata de nuestros deseos, el trabajo ya no puede
fijar proyectos de vida; ni ser pensado como fundamento ético individual ni
colectivo. Reconocer el tránsito de una modernidad sólida a una líquida en el
que se enmarca la problemática de los "ni-ni" es un paso necesario
para encarar la cuestión en forma acertada. Reconstruir las condiciones éticas,
sociales y económicas que motiven a los jóvenes a recuperar la confianza en las
bondades del esfuerzo dedicado al estudio y el trabajo, es el desafío que
tenemos por delante.
* Doctor en Ciencias Políticas e integrante de la cooperativa La Juanita
Publicado en la edición impresa del Diario La Nación del día Miércoles 22 de Febrero de 2017